Con profunda alegría, gozo y emoción; el Seminario Mayor Nacional de la Asunción celebra a su Santa Patrona. Esta es una ocasión muy privilegiada para reflexionar sobre Nuestra Madre Santísima, en la particularidad de este Misterio; así como, en su papel como formadora y protectora de los pastores y futuros pastores de Nuestra Iglesia.
Con profunda alegría, gozo y emoción; el Seminario Mayor Nacional de la Asunción celebra a su Santa Patrona. Esta es una ocasión muy privilegiada para reflexionar sobre Nuestra Madre Santísima, en la particularidad de este Misterio; así como, en su papel como formadora y protectora de los pastores y futuros pastores de Nuestra Iglesia.
1. El Misterio de la Asunción de María:
El 1 de noviembre de 1950, el Papa Pio XII a través de la Constitución apostólica Munificentissimus Deus, proclamó solemnemente este Dogma. Tomando las palabras de San Juan Damasceno, entendemos su significado más profundo:
“Convenía que aquella que en el parto había conservado intacta su virginidad conservara su cuerpo también después de la muerte libre de la incorruptibilidad. Convenía que aquella que había llevado al Creador como un niño en su seno tuviera después su mansión en el cielo. Convenía que la esposa que el Padre había desposado habitara en el tálamo celestial. Convenía que aquella que había visto a su Hijo en la cruz y cuya alma había sido atravesada por la espada del dolor, del que se había visto libre en el momento del parto, lo contemplara sentado a la derecha del Padre. Convenía que la Madre de Dios poseyera lo mismo que su Hijo y que fuera venerada por toda creatura como Madre y esclava de Dios.” (AAS 42 [1950], 761) Liturgia de las Horas, Tomo IV, pág.1293
La celebración de este Misterio, manifiesta la respuesta de fidelidad de Dios a Nuestra Madre, que siempre fue fiel a sus designios y voluntad. Es sobre todo la culminación de una serie de gracias con que Dios en su infinita misericordia dotó a la Madre de su Hijo Unigénito, concebido por el Espíritu Santo.
Partiendo del Misterio de la Divina Maternidad de María, de la cual se deriva los otros Misterios de su vida terrena y celestial; comprendemos que por el hecho de haber sido morada del Espíritu Santo, haber llevado en su seno al Hijo de Dios Altísimo, de una vida totalmente entregada al Padre en servicio de su Hijo; mujer fiel hasta la cruz y en la resurrección de su Hijo, perseverante con los Apóstoles en oración a la espera de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés…..
Tantos privilegios y gracias, “convenía” como ha dicho San Juan Damasceno que fuera partícipe de la gloriosa resurrección de su Hijo Jesucristo, a cuya vida se vio tan íntimamente ligada y que es consecuencia de quien ha sido Inmaculada desde su concepción.
2. Nuestra mirada en su gloriosa Asunción:
Al elevar nuestra pobre mirada en el Misterio de la Asunción de María Santísima, alabamos al Padre por su inmensa bondad y fidelidad. Dios en su infinito amor, por los méritos de su Hijo Jesucristo ha asociado a Nuestra Madre al Misterio de la Resurrección.
Cuando contemplamos el misterios, proclamamos con toda la Iglesia, que María, ha sido ASUNTA AL CIELO EN CUERPO Y ALMA; este punto es interesante no solo para nuestra devoción, sino principalmente para nuestra fe: puesto que proclamamos su elevación al Cielo, es decir que participa de la gloria del Padre en Cristo por el Espíritu Santo. Dicha gloria no compete únicamente a la dimensión espiritual de la Virgen María, sino que envuelve también su corporeidad; por lo que, concluimos: el Misterio de la Asunción, envuelve toda la persona y el ser de Nuestra Madre, en su integridad.
Nosotros, proclamamos a Cristo como el Primogénito de entre los muertos. La segunda persona que goza de la gloria de la Resurrección es Nuestra Madre, la Virgen María, por los méritos de su Hijo en ella.
Podemos precisar que en Cristo contemplamos nuestro futuro escatológico, en cuanto que, como confesamos al final del Credo: “creo en la resurrección de los muertos”; es decir en la resurrección de cada uno de nosotros, de nuestra corporeidad para gozar de la eternidad en la integridad de nuestro ser. En María, contemplamos la obra de Dios en quien vive para Él, quien vive para Su Hijo, en escucha y vivencia de la Palabra, siendo morada inmaculada del Espíritu; ella es, imagen resplandeciente de lo que la Iglesia espera ser y alcanzar.
3. Su mirada en nuestra pequeñez:
Con motivo del Año de la Misericordia, promulgado por el Papa Francisco. Tomando como base la oración de La Salve; rezamos: “vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos”. Esa mirada tierna, amorosa, delicada, femenina, materna es la que imploramos sobre nuestra amada Guatemala; tan golpeada por la violencia y la inseguridad, por la corrupción y la impunidad, por la pobreza y la miseria; por el egoísmo y el individualismo; por la indiferencia y la insolidaridad.
Una mirada a una realidad que nos reta e interpela como es el conglomerado humano que vive (o sobrevive) en la Ciudad de Guatemala, asentada con el nombre de la Nueva Guatemala de la Asunción, con los grandes desafíos humanos y sociales (económicos, culturales, demográficos, sanitarios, etc.); así como el reto de una Evangelización nueva e integral, a través de una efectiva y eficaz Pastoral Urbana.
Una mirada a la vida personal de cada uno de nosotros, que en medio de nuestras fatigas y luchas cotidianas, nos esforzamos por ser cristianos en medio del mundo, cumpliendo la invitación del Señor en el Sermón de la Montaña: “Ustedes son luz del mundo y sal de la tierra”. El esfuerzo de tantos cristianos y cristianas que siembran la buena semilla del Reino en el inmenso campo del mundo para transformarlo, renovarlo y hacerlo un lugar más humano para vivir.
Mirada a los que estamos en este “valle de lágrimas”, pero que también es “valle de esperanza”, en medio de tantas sombras, siempre brillará con fuerza e intensidad el testimonio luminoso de cristianos –hombres y mujeres- convencidos de su fe, llenos de esperanza y de intensa caridad.
4. Implicaciones para nuestra vida formativa y ministerial:
En las Normas Básicas para la formación de los presbíteros en Guatemala, en los números 68 al 71, nos habla de la importancia de María en la vida del Seminario: recalca: “que ha de incrementarse el conocimiento del misterio de María… (de modo que) los seminaristas lleguen a adquirir una devoción sólida y comprometida y una auténtica y filial piedad a María, según el espíritu de la Iglesia”. (n.70)
Más adelante enfatiza: fomentar una “devoción mariana liberadora que sea solidaria con el dolor y la esperanza de nuestro pueblo”. (n. 71) De ella, aprendemos tantas virtudes en el plano humano y espiritual y retomando las palabras que hablan de La Virgen María en la Formación intelectual y espiritual en el n.15, indica: “Ella es la mujer que, por el dominio de si misma, por el sentido de responsabilidad, la apertura a los otros y el espíritu de servicio, por la fortaleza y por el amor, se ha realizado de un modo más completo en el plano humano”. (n. 68)
En el ministerio Ordenado, María es nuestro consuelo en todos los momentos y circunstancias de nuestra vida, especialmente los más difíciles, dolorosos o de soledad o abandono. Estamos de modo privilegiado en el Corazón Inmaculado de María, al haber sido configurados ontológicamente a su Hijo Jesucristo por el Sacerdocio. A ella encomendamos el ministerio de modo especial de todos aquellos que son exalumnos de esta Casa Formativa y de quienes actualmente se preparan al mismo.
Qué María Asunta al Cielo, interceda por nosotros y nos haga mejores hijos del Padre para servir a su Hijo Jesucristo en el pueblo de Dios a nosotros encomendado por nuestros queridos Obispos.
Pbro. Carlos Guillermo Martínez PInelo
Rector del Seminario Mayor de la Asunción
Ciudad de Mixco, Guatemala, C.A.
María, Madre de Dios y Madre nuestra
El Catecismo de la Iglesia Católica, en sus numerales 456-460, dirá que el Hijo de Dios se encarnó en el seno de la Virgen María, por obra del Espíritu Santo, por nosotros los hombres y por nuestra salvación: es decir, para reconciliarnos a nosotros pecadores con Dios, darnos a conocer su amor infinito, ser nuestro modelo de santidad y hacernos «partícipes de la naturaleza divina» (2 P 1, 4).Maria de la Asunción
Dios envió al arcángel San Gabriel a Nazaret, para manifestar a María que había sido elegida para ser Madre de Dios. “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1,38). En aquel mismo instante se realizó la Encarnación del Verbo en las purísimas entrañas de la Santísima Virgen.La Virgen es también nuestra Madre. Cuando moría en la cruz, Jesús nos la dio por madre. Igual que las madres de la tierra, la Virgen nos cuida y nos protege.
El Evangelio de San Lucas cuenta que Dios envió al arcángel San Gabriel a Nazaret, manifestando a María que había sido elegida para ser Madre de Dios. Muchos cuadros representan esta escena, que llamamos la Anunciación.
María es verdadera Madre de Dios
María engendró el cuerpo de Jesús, en el que Dios infundió el alma; y en el mismo instante, a ese cuerpo y alma se unió la Segunda Persona de la Santísima Trinidad: el Verbo. De esta forma el Hijo de Dios se hizo hombre sin dejar de ser Dios.María llevó durante nueve meses en su seno a Jesucristo, con su cuerpo, su alma y su Divinidad, después de los cuales nació en Belén. Es verdaderamente la Madre de Dios.
Todos tenemos una madre, y es de verdad madre nuestra porque nos engendró y dio a luz. María engendró el cuerpo de Jesús, en el que Dios infundió el alma; y en el mismo instante, a ese cuerpo y alma se unió la Segunda Persona de la Santísima Trinidad: el Verbo. De esta forma el Hijo de Dios se hizo hombre sin dejar de ser Dios.
María llevó durante nueve meses en su seno a Jesucristo, con su cuerpo, su alma y su Divinidad, después de los cuales nació en Belén. Por eso es verdadera Madre de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre. Es verdaderamente la Madre de Dios.
Principales dogmas y privilegios marianos
El don más grande que Dios concedió a María Santísima es el de ser su Madre. Y, por ser su madre, la llenó de gracia y de extraordinarios privilegios.Los dogmas que la Iglesia ha declarado y los títulos más frecuentes para nuestra Madre son:Inmaculada Concepción, Siempre virgen, Asunción en cuerpo y alma en el cielo. También, dentro de la Iglesia es llamada Corredentora, Reina y Señora de todo lo creado, Madre de la Iglesia y Medianera de todas las gMariaracias, Nuestra Madre.
El don más grande que Dios concedió a María Santísima es el de ser su Madre. Y, por ser su madre, la llenó de gracia y de extraordinarios privilegios. Queremos conocer muy bien a la Virgen, y por eso conviene saber lo que Dios ha hecho en Ella:
a) La Inmaculada Concepción. Esta prerrogativa significa directamente que la Virgen no tuvo pecado original; desde el mismo instante de su concepción y en atención a los méritos de su Hijo Jesucristo, Dios la preservó inmune de la culpa original. Pero supone al mismo tiempo que Dios la dotó de santidad enteramente singular, como lo expresó el arcángel San Gabriel al saludarla en el momento de la Anunciación: “Dios te salve, llena de gracia” (Lucas 1,28).
b) Fue siempre virgen. Es también dogma de la fe católica que María fue siempre virgen: antes de engendrar a Cristo, en el nacimiento y después de nacer. Por eso llamamos a María “La Virgen”.
c) La Asunción. María está en cuerpo y alma en el cielo. Otro gran privilegio de María es que, después de terminar el curso de esta vida, fue llevada en cuerpo y alma al cielo.
d) Más privilegios de la Virgen. María es también Corredentora, pues fue asociada por Cristo a la redención del género humano. Es la Reina y Señora de todo lo creado, como decimos en el 5° misterio del Santo Rosario. Es Madre de la Iglesia y Medianera de todas las gracias. Y, sobre todo, para nosotros es nuestra Madre.
María es nuestra Madre
Decimos con certeza que María es nuestra Madre:
Porque Jesucristo es nuestro hermano, “el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8,29). Porque Jesucristo nos la dio como Madre. “He ahí a tu madre” (Juan 19,27).
Porque Ella intercede por nosotros, nos ama como a hijos, y pide a Dios lo mejor para cada uno de nosotros.
Es una maravilla saber que Dios adornó a su Madre con tantas gracias, queriendo que fuera también Madre nuestra. Señalemos las razones de su maternidad con nosotros:
a) Porque Jesucristo es nuestro hermano. San Pablo dice que Jesucristo es “el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8,29). Luego, si María es la Madre de Jesús, nuestro hermano, con toda razón podemos llamarla Él y nosotros “Madre nuestra”, aunque la maternidad con relación a Cristo sea física y natural, mientras que, con relación a nosotros, es maternidad espiritual.
b) Porque Jesucristo nos la dio como Madre. Al pie de la cruz San Juan representaba a todos los hombres cuando Jesucristo le entregó a María como madre. A él, y a nosotros con él, dijo: “He ahí a tu madre” (Juan 19,27). Desde aquel momento, todos los cristianos recibimos a María en nuestra casa, en nuestro corazón y la hemos de sentir como madre.
c) Porque Ella intercede por nosotros. Los cristianos de todos los tiempos, y también nosotros, pedimos cosas a la Virgen, que está en cuerpo y alma en el cielo. Ella está allí, pero nos escucha, nos ayuda, nos quiere. Cada uno de nosotros podría contar muchas cosas que Dios le ha concedido por intercesión de María, nuestra Madre. Muchísimas otras nos las concede sin que lo sepamos. Ella nos ama como a hijos, y pide a Dios lo mejor para cada uno de nosotros.
Hemos de comportarnos como buenos hijos de la Virgen
El buen hijo es el que corresponde al amor de su madre y lo demuestra con obras.
Demostramos con obras que queremos a la Virgen, si nos comportamos como a Ella le gusta y vivimos alguna devoción mariana. Con nuestra madre de la tierra no nos conformamos con conocerla y saber que nos quiere y se preocupa de nosotros; el buen hijo es el que corresponde a ese amor y lo demuestra con obras: tiene con ella detalles de cariño, le obedece en seguida, le ayuda, hace las cosas que le gustan y evita las que le disgustan, etc.
Con nuestra Madre del cielo pasa lo mismo. Después de conocerla muy bien, hemos de quererla con obras. Y demostramos con obras que queremos a la Virgen, si nos comportamos como a Ella le gusta y vivimos alguna devoción mariana. La mejor forma de proclamar que María es la Madre de Dios y Madre nuestra es tener una relación constante con ella, por medio de diversas oraciones, incluso rezando tres Aves Marías antes de dormir, pidiendo a ella que, como Buena Madre, vele nuestro sueño y nos una a su Hijo, Dios hecho hombre.